Antes de la llegada de este maldito virus, estuve dando clases de salsa a un grupo de ocho personas en el hospital Gregorio Marañón. Había psiquiatras, psicólogas, enfermeras… Fue una experiencia extraordinaria. Tanto ellas como yo, estábamos deseando que llegara el jueves para disfrutar durante una hora del placer de bailar y por unos momentos desconectar de todos los problemas del día a día.